por Mariano Orlando, arq.
“En aquella película de Wim Wenders, los ángeles de la guarda vuelan sobre Berlín. Son invisibles y están llenos de benevolencia, pero no pueden intervenir en la vida real de los hombres. Entonces el ángel Cassiel, personaje principal, se convierte en un ser humano para saber cómo sienten y perciben el mundo las personas”
Técnicos vs Académicos / Gestión vs Universidad
La gestión del planeamiento urbano desde las oficinas públicas, implica una constante disputa entre las variables técnicas y políticas que confluyen finalmente en la conformación de consensos para la generación de los planes programas y proyectos.
Abordar la complejidad de este proceso obliga a la gestión política a manejar una velocidad de trabajo que adolece de la posibilidad que si tiene el mundo académico de detenerse a reflexionar acerca de las problemáticas urbanas y sus posibles abordajes.
En este esquema, el estudiante de arquitectura y urbanismo recibe una formación universitaria que, si bien es rica en estímulos y herramientas, carece de la vivencia propia del trabajo territorial, en permanente contacto con la realidad y sus escenarios cambiantes.
De este modo, resulta moneda corriente desde los cuadros técnicos, el cuestionamiento hacia las propuestas que se realizan por fuera del marco de la administración, considerándolas muchas veces a estas como ingenuas o imprecisas. Al mismo tiempo, los profesionales egresados del mundo académico que ingresan al universo público en cada gestión política, cabalgan en su saber académico y suelen mirar con desdén la inevitable contaminación realista de los primeros.
Esta mirada intenta reflexionar acerca de estos universos paralelos, su complementariedad deseada y la puja de poder entre “técnicos y académicos” – “gestión y universidad”, destacando tanto el valor de la experiencia de trabajo de gestión, en la formación de profesionales del urbanismo, como la experiencia docente universitaria en tanto espacio de transferencia de esos saberes obtenidos, hacia los estudiantes y futuros profesionales del área.
Finalmente, de aquí en adelante, repensar una “carrera en lo público” que evite falsas dicotomías entre ángeles y hombres reales.
El rol de la universidad con el estado
Me forme aquí, en la Universidad de Buenos Aires, de la cual egresé con el título de Arquitecto primero y de EPU en segundo lugar. Casi sin escalas, seguí mi formación profesional en distintas oficinas de planeamiento de la Ciudad de Buenos Aires, hasta hoy, liderando la Dirección de Planeamiento Urbano.
A lo largo de este proceso de 20 años, he podido observar de cerca el vinculo academia – estado / estado – academia y su incidencia en las gestiones de gobierno y sus políticas públicas. Esta relación, siempre presente, ha tomado diferentes roles, según el momento histórico.
Sin ahondar en estos aspectos, claro está que la universidad, en tanto comunidad epistémica, da sentido, contenido y validación intelectual a las políticas públicas y emerge como coalición necesaria en toda gestión de gobierno. (En esta lógica, podría suponerse que la necesidad de esta coalición es mayor o menor, según la aceptación o grado de sensibilidad social de los diferentes gobiernos).
Esta coalición, pasiva o activa, incide de diferente modo en los tres componentes de las políticas públicas (lo político, lo técnico, lo humano) y obliga a repensar la relación de autonomía de la universidad respecto al estado, los grados y modos de participación en las políticas públicas y sobre todo en la producción de profesionales/cuadros técnicos que deben amoldarse a las nuevas lógicas organizacionales de la administración.
Los profesionales universitarios:
arquitectos / urbanistas
La Universidad de Buenos Aires ha sido, es y será un actor vital en la conformación de los cuerpos técnicos del estado, a la vez que es gestor de conocimientos, aporte fundamental para lograr los procesos de modernización estatal. Por ello, resulta interesante indagar en el perfil de los profesionales que emergen de nuestro ámbito universitario y su rol en la disciplina.
En relación a esto, llama a reflexión la categorización que realiza un gran referente de nuestra casa de estudios: Freddy Garay, quien señala 4 tipos de grupos de arquitectos-urbanistas:
1-Territoriales: Los urbanistas que están trabajando muy cerca de la gente, muy vinculados a redes sociales, a tareas reivindicativas, y en general sus prácticas son muy positivas y de una escala muy local. Pero también tienen a veces una dificultad para percibir la ciudad como totalidad, y hasta una negación explícita del poder del Estado como una herramienta que puede ser objeto de sus prácticas.
2-Los estatales: Los que trabajan para el Estado, que en general luchan como pueden con las restricciones de la burocracia, las restricciones presupuestarias, la subordinación a la política. En general, la gente que trabaja para el Estado parecería reivindicar una cierta autonomía de la disciplina, una cierta vocación tecnocrática. Es gente que trabaja, que opera sobre la realidad, que experimenta esta fricción entre un conocimiento técnico y una racionalidad política, pero con grandes restricciones para construir ese puente necesario entre la racionalidad técnica y la racionalidad política.
3-Los autonomos: Habría un tercer grupo, que en Argentina no es tanto de urbanistas sino más bien de arquitectos, que son más funcionales al desarrollo del capital y funcionan como asesores y proyectistas de grupos económicos. Cuanto más concentrados estos grupos, más complejos son los equipos en los que se apoyan, y en general son quienes diseñan estos productos inmobiliarios. En ese sentido creo que hay algunos que “se la creen”, que creen en los principios que enarbolan, y otros que con cierto cinismo operan cosas que desde el punto de vista disciplinar saben que no deberían hacerse, como hacerle trampa a los códigos, y desarrollan alrededor de eso un oficio.
4- Los epistemicos: Habría un cuarto grupo, que debe ser el más numeroso y el que más pesa en este momento en la construcción del pensamiento urbanístico, que es gente que se dedica a la investigación, que trabaja en ámbitos académicos y que en general audita el desarrollo de las políticas municipales, demoniza el desarrollo del capital y, en general, idealiza el desarrollo de los movimientos sociales y sus formas de expresión.
Analizados estos escenarios, podemos observar un denominador común de la formación profesional: una tensión interna entre los distintos abordajes de la disciplina (una incipiente grieta entre la academia y la realidad)
Si llevamos esta categorización a la pirámide de una organización pública podemos observar que en la mayoría de los casos, esta universidad está fuertemente orientada a la producción de profesionales que se suman a las filas de los mandos medios y cuerpos técnicos de las oficinas públicas. (Aquí mi experiencia en estas dos instancias), relegando la cúspide de la pirámide al poder político.
A modo de interrogante, podría plantearse que la tensión entre academia y realidad, manifiesta una carencia de nuestra universidad y nuestra matrícula para abordar la dimensión política, al tiempo que da lugar a la sumisión del poder profesional a manos del poder político, con una consecuente falta de autonomía. Hoy no tenemos en las filas del gobierno, arquitectos urbanistas como funcionarios de alta jerarquía.
Es deseable una universidad pública que colaborare con diferentes espacios de la sociedad y el Estado. Está en su identidad y en su responsabilidad pública hacerlo.
La pregunta es cómo se hace?
Es como una universidad convertida en un actor técnico pasivo, generadora de una burocracia pasiva (1) o se lo hace en el papel de institución con iniciativa política, y entonces sí, con capacidad de formación de profesionales-dirigentes.
Aspectos propositivos:
Resultaría deseable, desde esta visión, incorporar en las carreras de grado, una Especialización en Gestión Pública, articulada con el GCBA y las entidades de Arquitectos, para formar profesionales interesados en la Gestión de Políticas Públicas, especialistas con las competencias teóricas, metodológicas e instrumentales necesarias para el abordaje y tratamiento estratégico de la gestión gubernamental.
Pero para esto es necesario un trabajo articulado y en el mismo sentido entre Universidad, Consejo Profesional y Sociedad Central de Arquitectos, para superar viejas diferencias, reforzar el rol de nuestra entidad gremial y para generar el trasvasamiento generacional necesario que renueve su elenco político profesional.
Sin esto, los arquitectos (en el estado) seguiremos siendo una suma de esfuerzos individuales, alejados de la toma de decisión.
Como conclusión, y volviendo a Wenders, cabe preguntarse cuál es el deseo que impulsa al ángel Cassiel para convertirse en humano…
Del mismo modo, podríamos preguntarnos:
cuál es el deseo que impulsa a un urbanista a trabajar desde el Estado?
cuál es el deseo que impulsa a un urbanista a trabajar desde la Academia?
cuál es el «deseo» o rol que queremos jugar como matricula?
Para reflexionarlo, ¿no?
Mariano Orlando
Arquitecto, Especialista en Proyectos Urbanos (FADU-UBA). Allí se desempeñó como docente en las Materias Diseño Arquitectónico y Planificación Urbana. Desarrolló la profesión en el sector privado y en la Gestión Pública. En el GCABA formó parte de la Dirección General de Desarrollo Urbano de la Subsecretaria de Planeamiento y el Instituto de la Vivienda. También de la Subsecretaria de Planeamiento Territorial, Tierras y Viviendas de San Fernando. Desde 2015 es el Director General de Planeamiento Urbano perteneciente al MDUYT del GCABA.