por Andrés Muñoz, arq.
Como todos los años, la ciudad de Buenos Aires se tiñe de infinitos gradientes de tintes violáceos que regocijan la vista. El árbol, típico de la América subtropical tiene su floración dos veces por año, en primavera y otoño. Es allí donde produce racimos de flores que permanecen largamente en el árbol hasta que aparece el fruto, una especie de cápsula plana.
En nuestra ciudad hay un estimado de 14 mil ejemplares que se valoran a tal punto de ser considerados “árbol distintivo” para la Legislatura, quien lo catalogó así en 2015. Hacia fines del siglo XIX es cuando se incorpora en el paisaje urbano, tanto en plazas como calles. En éstas forma alineaciones sobre avenidas como San Juan, Belgrano y la misma 9 de Julio, donde se conjuga con el Metrobús. De hecho, cuando fue esta obra, se interpuso un amparo para evitar que se dañe el paisaje natural. Unos 305 árboles fueron transplantados en ese momento. Todo esto no hace más que delatar la importancia de la vegetación para los habitantes mismos de la ciudad.
Su floración como aporte al paisaje urbano, fue idea de -entre otros- Carlos Thays. El propio porte de la especie vegetal lo hizo ser considerado por el paisajista como un árbol apto para el suelo urbano, al tiempo que su tipo de raíz no atenta contra las veredas, como sí sucede con otras especies. El estilo característico de Parques, entre francés e inglés, del paisajista, siempre supo aprovechar la vegetación autóctona de nuestro país, lo cual no es ni más ni menos que un anticipo de la sustentabilidad. Al ser del lugar, requiere menos agua y cuidados que una planta no local.
Así se suma a los lapachos, ceibos, palos borrachos, tipas, y tanto otras especies que aportan su belleza a cambio de su simple cuidado y contemplación. No como otras especies, que llegan incluso a ser agresivas y si dudás de eso, te invito a continuar leyendo la siguiente nota:
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